
Pero encontrar un lugar necesita que nos
pongamos a buscar con alegría e ilusión. Adviento es tiempo de
ilusionarnos con el Dios que no se cansa de venir a buscarnos, que no se
concede el derecho de decepcionarse con nosotros, obra suya, aunque en
ocasiones el pecado nos manche las manos y el corazón. Dios viene, la
iniciativa es suya, nos toma de la mano, nos dice que se puede comenzar
de nuevo. Ahora nos toca a nosotros preparar el lugar para acogerle.
Siempre existirá la tentación de decirle que “no hay sitio en la posada”
porque está demasiado ocupada o estamos demasiado cansados por exceso
de realismo, y ya no tenemos el ánimo para recomenzar. Aún así,
¡encontremos un lugar para el Señor!
Para ello es necesario escuchar, como
María, como José, como Isaías o Juan Bautista. Escuchar como los grandes
creyentes de la historia. Escuchar la Palabra en este año que en
nuestra Diócesis estamos empeñados en ser discípulos y misioneros de la
misma. Escuchar la Promesa de Dios durante la primera semana de
Adviento, escuchar cómo hacerla realidad y cómo descubrir los signos de
su venida durante la segunda y tercera semana y por último, escuchar en
la cuarta, cómo prepararlo todo para acoger al que viene. Escuchar para
acoger y acoger preparando para Él, un lugar en nuestra vida. Y luego,
en Navidad, salir, porque el amor es expansivo. Como los pastores y los
magos. Y contar a todos “quien es este niño”. Y descubrir con asombro,
que fuimos buscados primero. Que sólo puede preparar sitio, quien se
deja conducir, aún sin saberlo. Y que, mientras nosotros nos empeñábamos
en recorrer el camino que nos separaba de Él, Él ya había recorrido el
camino que llegaba a nosotros.
“No daré sueño a mis ojos, ni descanso a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor”
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