El Evangelio de este Domingo XVII del Tiempo Ordinario es uno de los pasajes evangélicos en los que se
aprecia con más claridad y contundencia la falacia, burla y hasta chanza,
empleados por los opositores de Jesús para rebatirle. Le nombran a una mujer,
repetidamente viuda y sus siete maridos. Nos llama la atención la serenidad del
hijo de Dios. No se altera lo mas mínimo ante estos hombres que, con sus citas de Moisés en mano, pretenden atraparle.
Jesús, sabiduría del Padre, no se altera ante su necedad, y, porque les ama –
nos ama con nuestras tonterías-, les responde con una palabra de vida: Dios es
un Dios vivo y no de muertos. Esto es – podría seguir diciendo- lo que vosotros
proclamáis, un día sí y otro también, en el templo citando a Moisés a quien me acabáis
de nombrar. Les está remitiendo a las palabras que oyó el libertador de Israel
de parte del mismo Dios cuando le hablo en la zarza ardiente. Palabra que
testifican que los Patriarcas de Israel estaban vivos: Yo soy el Dios de tu
Padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Señor, tú
que me pusiste y conoces mi nombre, ¿me añadirás un día a la lista de los
vivos, al igual que Abrahán, Isaac y Jacob?
No hay comentarios:
Publicar un comentario